jueves, 30 de septiembre de 2010

Un relato que me mandaron....





Puré instint




Cocinar siempre era una experiencia relajante.
Allí, de pie, mientras manejaba el cuchillo, troceando los ingredientes para su famoso y nunca igualado puré de verduras, hacía un rápido repaso mental de lo que habían sido los últimos meses de su vida.
El divorcio, largamente esperado, había dado paso a un tiempo de relativa calma, pero también de una sensación de soledad que, en algunos momentos, se había vuelto opresiva. La soledad impuesta nunca era agradable.
Sobre la mesa, las hortalizas esperaban su turno, como condenados pacientes que no ven llegar la hora de su ajusticiamiento.
Desde la ventana de la cocina, justo en frente de ella, se podía observar la vivienda de su vecino, aquel chico que cada mañana, solía saludarla con una sonrisa franca.
- Buenos días vecina.
No podía negar que era un joven atractivo y simpático. Alguna vez incluso, había llegado a fantasear con la posibilidad de que su saludo cotidiano, albergara algún tipo de intención oculta, un matiz de flirteo, un deje de seducción; pero solo eran eso, fantasías, imaginaciones que bailaban en la cabeza de una persona que desde hacía demasiado tiempo, no tenía más vida sentimental que la que le proporcionaban sus propios recuerdos.
Cogió una enorme zanahoria, hermosa, de un vivo color anaranjado, de cuyo extremo aun colgaba el pincel natural de sus hojas verdes.
Justo en ese momento sonó el teléfono.
- ¿Sí?...- contestó la llamada – Ah, hola Mari, ¿qué tal va todo?... pues bien, estoy bien, aquí, hija, preparando la comida… sí… sí… puré… no de patata no, de verduras, que ya sabes lo rico que me sale…
Mientras hablaba se había colocado junto a la ventana, y su mirada, de forma inconsciente, estaba perdida justo en la ventana de la habitación de su vecino.
Entonces le vio.
El muchacho había entrado en su cuarto, probablemente acababa de venir de hacer ejercicio, porque su ropa parecía húmeda de sudor.
Ella bajó un poco la persiana sin dejar de hablar por teléfono.
- …Sí, con queso… para espesar el puré… -
La conversación con su amiga Mari, había pasado a un segundo plano. Agazapada tras la persiana, no perdía detalle de la escena que se desarrollaba en la vivienda vecina.
El joven se quitó la camiseta mojada de sudor, mostrando un torso atlético, oscurecido por la sombra del vello que, a pesar de la depilación que seguramente se practicaba, asomaba impertinente en sus pectorales y su abdomen.
Un ligero estremecimiento recorrió su nuca, ante la visión de aquel cuerpo que se ofrecía, ignorante, ante su disimulada mirada.
- …Gorgonzola…, si, yo utilizo gorgonzola para eso … sí… ya sé que con nata también…
Empezó a notar como un calor repentino iba subiendo desde lo más profundo de su entrepierna. Las palabras de su amiga, al otro lado de la línea se iban disipando, lejanas, en un océano de sensaciones que pugnaban por abrirse paso hacia su cerebro.
El muchacho se quitó los pantalones deportivos, luciendo unos boxer blancos que daban paso a unas piernas largas y musculosas.
Sin apartar el auricular de su oído, apartó con los dedos un par de lamas de la persiana para tener una mejor visión.
-… sí… sí… sí… ¿cómo? … no, perdona, que sí que te estoy escuchando mujer… es que tenía puesta el agua a cocer… sí…
El vecino deslizó los boxer por sus piernas, y a ella se le calló el teléfono al suelo. Lo recogió precipitadamente.
- ¿Mari¿… oye… es que se me ha caído el teléfono…
Pudo ver como el muchacho salía del cuarto, sin duda iba a darse una ducha. No pudo evitar cierto sentimiento de decepción.
- Oye mira, que ahora tengo un poco de lío… sí… yo te llamo luego bonita… gracias por tu interés… besos a los niños… adiós
Colgó el teléfono inalámbrico, y volvió de nuevo la mirada hacia la ventana de la habitación de su vecino, que ahora aparecía vacía.
Sin embargo, la temperatura de su cuerpo aún continuaba elevada; el hecho de contemplar aquel cuerpo desnudo la había puesto como una moto.
- Uf!, ¡que calentón! – murmuró para sí misma.
Intentó serenarse y retomar lo que estaba haciendo. Tomó de nuevo la zanahoria y se dispuso a trocearla. Pero cuando su mano agarró aquella forma fálica, una idea comenzó a brotar en lo más profundo de su enfebrecida mente.
A grandes males, grandes remedios pensó. Después de todo, necesitaba quitarse de la cabeza aquella desasosegante sensación, y aquella zanahoria tenía unas dimensiones más que aceptables.
Colocó una de las sillas junto a la ventana, y se subió la falda hasta la cintura. Se sentó, sin dejar de mirar la ventana vacía, recreando en su imaginación la escena que acababa de vivir. Metió la mano entre sus muslos y comprobó que estaba muy húmeda.
- Ahhh, ¡cómo me ha puesto, el muy cabrón!
Desplazó la tela mojada hacia un lado, e introdujo un par de dedos en su vagina. Se estremeció al sentir sus apéndices, hurgando en lo más profundo de sí misma. Cerró los ojos. En su cabeza, aquel musculoso cuerpo fue tomando forma: los brazos poderosos, el torso bien conformado, las musculosas piernas, incluso un tatuaje que le había parecido distinguir en uno de sus gemelos, al quitarse los pantalones. Cogió la zanahoria y se la metió en la boca, lamiéndola con lujuria, introduciéndola casi hasta su garganta, mientras su mano derecha frotaba su clítoris con fruición. Pronto alcanzó un orgasmo, y mientras su cuerpo aún vibraba, trémulo, notó como le llegaba una segunda corrida.
Jadeante, abrió los ojos… y casi se cae de la silla. En la excitación del momento no había caído en que, al sentarse, el precario escondite que le brindaba la persiana a medio bajar, desapareció, quedando a la vista de las miradas que pudieran venir de la vivienda vecina.
Y allí estaba él.
De pie, en la ventana de enfrente, observándola en su momento íntimo, el protagonista de su fantasía masajeaba su enorme polla con su mano derecha y se masturbaba sin cortarse un pelo.
La escena parecía sacada de una peli de Fellini.
Lejos de cortarse, ella se sintió aún más excitada por la reacción del muchacho. Abrió más las piernas, ofreciendo una buena perspectiva de su coño y de sus muslos empapados y, poco a poco, fue introduciendo la zanahoria en su vagina, hasta que solo el manojo de hojas verdes sobresalía, tímido, de su entrepierna. Lo movió desesperadamente, recibiendo a cada intromisión una descarga de placer, una punzada que se transformaba en espasmo. El joven debía estar muy excitado, pues ahora se la meneaba con una cadencia rápida, violenta, mientras con la mano izquierda se apoyaba en el dintel de la ventana, casi vencido por el esfuerzo.
El orgasmo final vino acompañado de un grito que bien pudiera haber alertado a todo el barrio. Al mismo tiempo, un chorro de semen salió disparado por la ventana del voyeur, mientras el joven se arqueaba hacia atrás, y desaparecía de su vista, sin duda desfallecido por su propia corrida.
Se sacó la zanahoria del coño, chorreante, y la observó con una sonrisa desencajada por el placer en los labios.
- Mejor que una de verdad – pensó – No, eso nunca. Pero desde luego ha sido un buen sustitutivo.
El pelo alborotado del joven asomó por el marco de la ventana. Ella le sonrió y él devolvió el gesto con esfuerzo, agitando estúpidamente la palma de su mano conciliadora.


EPILOGO

El timbre de la puerta sonó un par de veces, antes de que Ernesto abriera. Se había puesto ropa limpia y parecía recuperado del arrebato onanista. Abrió la puerta y se encontró con Rosa, su vecina, la de la escalera, la que, ignorante de sus sentimientos, le alegraba las mañanas con sus buenos días. La misma que se le había ofrecido, apenas un par de horas antes, como la miel que Venus otorga, en ocasiones, a unos pocos mortales tocados por su mano inmortal.

- Hola, buenas noches.
- Hola… - respondió sin poder disimular un matiz de vergüenza.
- Que te quería invitar a cenar – continuó Rosa, sin más preámbulos.
- A cenar… Ssssí, sí… por qué no… vamos ¡que sí!
A Ernesto le gustaba demasiado aquella mujer para desaprovechar la ocasión, y decidió vencer su innata timidez.
- Vale – continuó Rosa – pues en media hora.
- ¿Media hora? Sin problemas.
- Venga, pues te espero.
Antes de cerrar la puerta, Ernesto acertó a preguntar
- ¿Y qué vamos a cenar?
Rosa se giró y le miró a los ojos.
- He preparado una riquísima crema de verduras… con mucha zanahoria… y ya sabes lo que me gusta aderezar la hortaliza.

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